Narratividad y memoria. Hacia una ética de la responsabilidad

María Lucrecia Rovaletti
Resumen
Selec. Nurit Mileris
Cuando los prisioneros de los campos de concentración nazi explicaban
que aquello que los sostenía en la vida era la necesidad de
contar todo aquel horror, estaban planteando una “ética del testimonio”,
es decir, la salvación de las víctimas mediante la actualidad de
su recuerdo.
Precisamente Ricoeur muestra que “el tiempo deviene tiempo
humano en la medida en que es articulado de manera narrativa”, señalando
de este modo que las tramas narrativas constituyen “el medio
privilegiado por el cual reconfiguramos nuestra experiencia temporal
confusa, informe, y al límite, muda”. A pesar de ello, no siempre una
experiencia alcanza a ser objeto de un relato, ya que la experiencia
traumatizante a veces impide al sujeto apropiarse de su historia personal.
Hay una fuerte tentación de negar que ésta haya tenido lugar,
o es vivida como algo que le sucedió a otro distinto de uno. En esas
“noches oscuras” del alma, en esos momentos de despojo extremo,
“la pregunta de quién soy yo no reenvía a la nulidad sino a la nulidad
misma de la pregunta” (Ricoeur).
Por eso, para que no sea una secuencia insoportable de acontecimientos,
narramos una historia y buscamos su significado, no para
condonar u olvidar, sino para obtener “el privilegio de juzgar”. Si el
olvido conduce a la quiebra de la tradición, la verdad en cambio no
es “un descubrimiento que destruye el secreto, sino la revelación que
le hace justicia y que le permite ser trasmitido a las futuras generaciones”
(Arendt).